Siempre he intentado seguir dibujando. Digo «seguir» porque cuando somos niños y nos dan o cogemos un lápiz, nos ponemos a rayar todo aquello que admita un garabato. Luego vamos creciendo, nos llevan a la escuela y nos encontramos con la asignatura de dibujo o artes plásticas o con cualquier otra nomenclatura parecida. Ahí nos obligan a expresarnos cuando no tenemos ganas, nos mandan ejercicios para hacer durante nuestro tiempo libre y al final nos examinan juzgando con un criterio de mierda que valora más el criterio de mierda del profesor que tu creatividad. Da igual que la idea sea excelente si el trazo no es políticamente correcto y no cumple los cánones de aquello llamado: dibujo bien hecho.
Por eso dejé de dibujar. Por eso dejamos de dibujar. Todos sabemos dibujar pero lo olvidamos.
Pese a todo, siempre he intentado dibujar. Pero ya no sé hacerlo. Y no es una contradicción con todo lo que he escrito anteriormente, no. Para mi, saber dibujar no es solo que se entienda lo que quieres decir con las líneas sino que te sea fácil hacerlo. Y hacerlo, a mi, me cuesta horrores. Con decir que solo tengo facilidad para dibujar seres, animales o cosas que miren hacia la izquierda ya está dicho todo. Además, me es un suplicio trasladar algo de la realidad al papel.
En definitiva, el dibujo no sería con lo que podría ganarme la vida. Nunca se me ocurriría definirme como dibujante. Disfruto intentándolo, esa es mi pasión. Y si mientras lo intento, cuento algo… joder, eso ya es lo más.
Perdón… ¿escribí «el dibujo no sería con lo que podría ganarme la vida»?
Un día, de repente, entró un correo en mi buzón que llegaba desde el formulario de contacto de este blog. Un texto escueto pero directo me proponía publicar en Jot Down. ¡Coño! ¿Se trata de una broma? Escribo desde los 15 años (a los 19 ya tenía más de 30 cuentos de terror escritos) y en este blog llevo escribiendo 17 años…
// hostia puta, he tenido que salir a la terraza a que me dé el aire después de escribir eso
…regularmente; he hecho cosas en fotografía que me fascinaban y tenía un cierta aceptación; he aprendido a hacer animación con plastilina, una de las técnicas más laboriosas, llegando a rodar más de 300 animaciones cortas en stop motion —publicadas en una red social que acabó desapareciendo—; he hecho… ¡mil mierdas! que he creído que se me daban bien y con las que he perdido horas y horas de tiempo libre por el simple hecho de disfrutar haciéndolas. Todas las he regalado a quienes me han seguido allá donde he abierto un perfil, mostrándolas abiertamente a quien quiera apreciar algo más que unos outfits ante un espejo, unos chistes sin gracia, bromas de mierda o cualquier otro contenido de usar y tirar. Pues de todas esas cosas que he hecho, la que más me cuesta, acaba publicándose en Jot Down.
Estoy tan contento como asombrado. Estos reconocimientos siempre me sorprenden. La gente que me conoce dice que creo poco en mi o que no le doy importancia a las cosas que hago porque me gusta demasiado hacerlas. Tienen razón. Pero ahora, ya no vamos a cambiar eso ¿verdad? En cualquier caso, si obviamos la parte remunerada económicamente de la revista por mis dibujos, es muy gratificante que alguien se fije en lo que haces —sea lo que sea— y decida compartirlo. Sea una revista a sus lectores o una persona individual a sus seguidores.
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