Su vida es una pendiente
Lo dos mirábamos el techo en silencio. Fumábamos. «Solo fumo después del sexo» me dijo una vez. Desde entonces, cuando la veo con un pitillo en la boca, no sé qué pensar. Y se me nota, lo sé. Debo hacer alguna mueca extraña o titubeo al hablar, o algo que no percibo, porque ella no tarda en preguntar que qué me pasa.
—Nada —suelto sin darme cuenta.
—¿Nada? ¿Nada de qué?
—Emmm… —balbuceo—. Pensaba en voz alta.
Joder, joder. Cagarla dos veces seguidas en menos de cinco segundos. Y ¿qué otra cosa podía responder si me pilló de sorpresa? Relajado, fumando y con la sangre aún a medio camino de llegar al cerebro es imposible reaccionar ante una trampa, aunque sea estúpidamente propia.
—¿Lo has notado, no? —Vuelve a preguntar.
—¿Notar? —Respondo interrogando—. ¿El qué?
No había notado nada extraño. La había desnudado lentamente, haciendo caso omiso al ritmo que pretendía marcarme el corazón con sus latidos (pum! pum! pum! pum! pum!) que es como ponerse en riesgo de castigo por no obedecer el sonido del tambor que marca el compás en el que hay que remar en una galera llena de esclavos. Observé su piel tersa y lechosa lo más cerca que mi vista me permite. Había rozado con los dedos, como un ciego lee un escrito en braille, cada milímetro cuadrado de su suave corteza y nada me había sorprendido… todo me era familiar, lo tengo tan aprendido que puedo examinarme sin temor al suspenso.
—Que hay otra persona.
—¿Hemos hecho un trío y no me he dado cuenta?
—¡En mi vida, coño! —Espeta cortándome la carcajada.
—¡Hostias! ¡Es verdad, has entrado fumando!
¿En su vida? ¿Qué parte me he perdido? ¿En su vida no estoy yo? ¿Desde cuando ha dejado de ser mi becaria? Demasiadas preguntas para no obtener respuesta. Pero no iba a formularlas en voz alta, pensaría que estoy herido… por consiguiente: enamorado.
—Ah… interesante. —Dejo ir sin la más mínima importancia.
Con un movimiento digno de una gacela, salta de la cama y la abandona. Recorre la habitación agachándose para recoger la ropa desperdigada que amontona formando una pelota bajo su brazo y, como siempre, me muestra el culo en cada movimiento. En otras ocasiones, la escena me encanta. Esta vez, «tomarlo» no lleva el mismo significado.
—¿Y me lo dices ahora? —Le pregunto, no puedo permanecer callado—. ¿Después de lo que me he esforzado? Intentando llegar a los dos polvos, digo.
—Es un amigo de clase, —me grita desde el baño—, desde ayer estamos juntos.
—¡Ayer! —Exclamé—. ¿Y lo de hace un rato, qué ha sido? ¿Me dejó a medias y tenía que quitarme el picor?
Creí oír un «imbécil» perfectamente sonorizado por la acústica de los azulejos del cuarto de aseo. Pensé que debe ser cierto que donde mejor suena la música es un váter, debería probar algunos acordes de guitarra sentado en la taza.
—Lo probaré cuando se marche. —Me dije.
Tras una ducha, perfectamente arreglada, regresó a la habitación. Debo reconocer que estaba más guapa que nunca. Se abalanzó sobre mi, que aún seguía bajo el edredón apurando un nuevo cigarrillo, y me besó en la comisura de los labios. Quise devolvérselo pero fue rápida incorporándose y solo pude expulsar el humo aprovechando la forma de mis labios. Buff…
A lo lejos oí como cerraba la puerta de un portazo.
—Cierra con… bah, da igual, si la puerta no se ha roto ya no va a hacerlo ahora.
Marzo, 2010