A plena luz
Los dos mirábamos al techo. Fumábamos. Los rayos del sol entraban con fuerza por la ventana iluminando toda la habitación. Un destello, llegado de afuera, se movía con rapidez por las cuatro paredes obligándome a seguirlo con la mirada. «Si ahora fuera un gato —pensé— me sentaría en la cama y, con desesperación, me pondría al acecho intentando encontrar el momento oportuno para darle caza.»
—¿En qué piensas? —Me preguntó.
—En que he hecho polvos mejores —respondí— incluso de día.
Ella dio una última calada a su cigarrillo y lo apagó en el cenicero que teníamos entre nuestros cuerpos, encima de la cama. Expulsó el humo de sus pulmones y se levantó retirando las sábanas hacia un lado. Lo hizo con una suavidad inusual porque si no, hubiera volcado el cenicero esparciendo todas las colillas por la cama. Desnuda, se dirigió al baño. Entró y cerró la puerta.
—¿Qué debe de ser? —Me sorprendí susurrándome a mi mismo—. Un compact-disc atado a un cordel para ahuyentar a los pájaros o un vecino con un espejo en las manos intentando joder a los demás?
Hubiera apostado todo el dinero que en aquel momento llevaba encima, es decir, nada puesto que estaba desnudo, a que era lo primero.
—Juraría que un CD de Coldplay ahuyenta a los pájaros del asco que dan —dije y solté una carcajada.
De repente, se abrió la puerta del cuarto de baño, ella asomó la cabeza y preguntó si estaba hablándole.
—Decía —me apresuré en contestar— que no he tenido una buena semana y que…
Escondió la cabeza y la puerta volvió a cerrarse.
El destello seguía arrastrándose por las paredes irregularmente, no describía ninguna forma en concreto y no la repetía creando un patrón. Supuse que si fuera lo segundo, un vecino toca pelotas con un espejo en sus manos, acabaría delatándose por esa razón.
Apagué el cigarrillo en el cenicero sin desviar la vista de la mosca amarilla que jugueteaba por la habitación y apartando las sábanas, me levanté. Miré como acababa de esparcir todas las colillas y la ceniza por la cama dejándola hecha un asco.
—¡Mierdas! —Exclamé.
Me rasqué los testículos y desvié de nuevo la vista hacia la procedencia del destello, más allá de la ventana. Tenía una misión: encontrar la fuente de la luz. Salí de la habitación con destino al balcón y, con una atención inquebrantable, me puse a observar todas las terrazas y los balcones que tenía enfrente. En algún lugar debía estar y lo encontraría.
Mientras, a mis espaldas, ella había abandonado el baño y viendo que yo ya no estaba en la cama, se había vestido. Echó una mirada al cenicero volcado por encima de las sábanas y recogiendo su bolsa del suelo, se la colgó en los hombros. A medio camino entre la habitación y la puerta de salida se detuvo y me habló cosas indescifrables.
—¡No me estás escuchando! —Gritó.
—¡Claro que te escucho! —Espeté—. Lo que ocurre es que esa luz…
—¿Te has dado cuenta de que estás en pelotas con los huevos al aire?
—Ha sido esa luz la que me ha desconcentrado mientras echábamos el polvo —dije y afirmé—: Sí, eso ha sido. El destello no me ha dejado estar por lo que tenía que estar.
Se revolvió y puso rumbo hacia la salida. Abrió la puerta y salió de casa dando un portazo.
—Cierra con suavidad, jod… —grité y añadí—: ¡La encontré!
El destello me cegó los ojos por un breve instante pero fue la pista definitiva que me llevó a dar con lo que lo estaba provocando. A unos cincuenta metros, enfrente de donde me encontraba, divisé a un vecino con un espejo en una mano y con unos prismáticos en la otra, que justo se llevó a los ojos en el momento en que le descubrí.
—¡Sabía que daría contigo! —Me dije sintiendo un profundo alivio.
Observé que había dejado de mover el espejo y bajé la vista siendo, en aquel preciso instante, consciente de que me hallaba desnudo en el balcón, en pleno día y delante de todas posibles las miradas de mis vecinos. Fue entonces cuando, fijando la vista en mis pelotas, percibí que las tenía perfectamente iluminadas. Esbocé una sonrisa y exclamé:
—Joder, Dios me está acariciando los cojones!
Octubre, 2010