Es solo sexo (Parte IX)

Es solo sexo

Encender la llama

Los dos mirábamos al techo. Fumábamos. Una tenue luz iluminaba la habitación y las puntas de los cigarrillos, de incandescente rojo, danzaban en el aire formando elipses enseñándonos su interminable bucle: rojo pasión en cada calada, perdiendo color y luminiscencia en pocos segundos y avivándose de nuevo en cada nueva aspiración. Así, hasta que, inevitablemente se consumieron en su totalidad. «El bucle no era tan interminable» pensé. Apagamos los cigarrillos en el cenicero que estaba en medio de nuestros cuerpos desnudos. A mi izquierda. A su derecha.
Necesitaba otro cigarrillo.
Me revolví, dándole momentáneamente la espalda, alcancé el paquete de tabaco y de una sola vez, atrapé también los tres encendedores que estaban a su lado. Extraje un cigarrillo y me lo llevé a los labios. Dejé el paquete de tabaco encima de mi pecho y sujeté con decisión uno de los encendedores, al azar.
Clic, clic, clic, clic, clic.
Lo abandoné encima de mi pecho y tomando el siguiente hice lo mismo.
Clic, clic, clic, clic, clic.
Y con el tercero, repetí la operación.
Clic, clic, clic, clic, clic.
—¿Qué haces? —Me preguntó ella.
—Un experimento científico —le contesté arqueando la comisura de la boca.
—¡Ah! —Dijo con una indiferencia insultante.
—El encendedor Bic enciende cuatro de cada cinco veces —me expliqué—. El Prof, va como una mierda, solo dos de cada cinco pero el Cricket es estupendo. —Y me emocioné—: Cinco de cinco, no falla el hijo de la gran puta.
Ella dio un largo suspiro de desaprobación y saltó de la cama.
—Siempre lo he tenido muy claro —le dije continuando—. El encendedor es un invento sencillo: un depósito para el gas líquido, una pestaña que lo libera y una ruedecilla que rasca una piedra produciendo una chispa. La sincronización, por decirlo de alguna manera, de tu dedo —proseguí— al caer encima de la pestaña tras darle un cuarto de vuelta a la rueda provoca una llama…
¡Blam!
El ruido de la puerta del baño al cerrarse de golpe provocó que hiciera una pausa, pero continué:
—¡Pues no! No es tan fácil porque si no, todos tendrían la misma eficacia. Cualquier encendedor fallaría las mismas veces —tenía los tres encendedores en la palma de mi mano, planos, los observé con detenimiento y añadí—: pero no es así. Unos nano-milímetros de diferencia entre la rueda y la pestaña y el tipo de material con el que esté fabricado hacen que no funcione con la misma precisión, estoy seguro.
De repente, la puerta del baño se abrió y ella apareció desnuda a contraluz. Su figura se recortaba perfectamente con la luz de fondo del baño y su parte delantera se intuía por los débiles rayos que le llegaban desde la lámpara de la habitación.
—¡Qué hostias estás diciendo! —Dijo, desde su posición, de pie.
—Que los encendedores…
—¡Vete a la mierda! —Me cortó tajantemente.
—Joder… no entiendes nada —espeté.
Resopló y cruzó los brazos. Sus pechos quedaron recostados en la cruz que formaban sus muñecas e intuí que esperaba una explicación. «Nunca pillas mis metáforas» pensé un tanto dolido.
—Los encendedores, y déjame terminar —le supliqué— son como las personas. Sirven para lo mismo pero se distinguen por pequeñas variaciones. Unos funcionan perfectamente para lo que se fabricaron y otros, aunque acaban haciendo su función, no sin dejarte en la mayoría de las ocasiones un callo en la punta del pulgar, tardan más en dar resultados.
—Y bien —me cortó— ¿cuál es tu marca?
—Cricket, es el mejor.
—¿Y como tu jodida metáfora?
Tragué saliva y me quedé pensativo unos segundos. No es que no se diera cuenta de mis metáforas, es que no quería oírlas ni percatarse de que las hacía. Pensé que, como metáfora improvisada, me había quedado perfecta pero debía darle una resolución, darle una utilidad, con un final coherente.
Sonreí y pensé «un final coherente… nunca pienso en los finales y menos en si van deben ser coherentes».
—Prof —solté definitivamente—. Prof es mi marca.
En silencio, ella empezó a recoger la ropa de la silla en la que había quedado perfectamente arrugada y, poco a poco, se vistió delante de mis ojos. Sin apartar la vista de su desnudo a la inversa, junté los encendedores en la mano sin prestar atención al orden en que quedaban y la cerré con fuerza. En mi puño, los tres objetos para un mismo uso, formaban arco iris de tres colores en fuga. Centré mi atención en lo que iba a realizar, como si del experimento definitivo se tratara, y apoyando con firmeza el dedo pulgar en las tres ruedecillas al mismo tiempo, las hice girar. El pulgar cayó en las tres pestañas a la vez y…
—¡Joder, qué puto susto! —Grité al oír que se había largado dando uno de sus típicos portazos—. Cierra con suavidad!

En mi mano, tres llamas bailaban ante mis ojos. Acerqué el cigarrillo que tenía aún en mis labios a una de ellas y antes de que la punta la tocara me detuve. «Y ¿por qué encender con ésta y no encender con la del medio o la del otro extremo?» pensé.
—Además —me dije en voz alta, soltando el suficiente aire como para que las llamas se agitaran con rebeldía, como si la música de su discoteca particular hubiera cambiado con la intención de volver a llenar la pista— no hay posibilidad de encender el cigarrillo con las tres a la vez sin destrozarlo quemándolo por tres sitios al mismo tiempo.
Retiré el dedo de las tres pestañas, las llamas desaparecieron y ya apagados, abandoné el Prof y el Bic encima de la cama. Con el Cricket únicamente en la mano, lo accioné y una vez más se encendió al primer intento. Acerqué la llama al cigarrillo y aspiré profundamente prendiéndolo.
«En cualquier caso —pensé una vez más recordando cuando tenía los tres encendedores juntos en la mano— no hay forma de saber cuál de los tres se encendió primero y, a lo mejor, fue su llama hizo que prendiera al resto»

Diciembre, 2010


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